
Rezar mucho y trabajar porque los jóvenes descubran su vocación y se lancen con valentía debería ser una prioridad en todos los ámbitos de nuestra Iglesia. No hay tarea, por pequeña e insignificante que nos parezca, que no esté llamada a ser vivida desde esta perspectiva. En el centro de toda ayuda que demos a las personas se debe encontrar precisamente este planteamiento. Ayudarles a conocer y decir sí al proyecto que Dios tiene sobre sus vidas, a que reconozcan y hagan crecer sus dones y cualidades personales, a que lleguen a ponerlas al servicio de los demás.
Dedicamos, pues, de un modo especial este número a nuestros seminaristas.
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